LA VOZ A TI DEBIDA

 

 

En lo que a mí concierne, podéis sentir la imperiosa necesidad de declararos… a una morcilla de Burgos. Y además, lo entendería. O escribir una epístola (en verso) a ese amor platónico imposible de llevar adelante que os arrastra hacia un marciano de ojos saltones, de dos docenas de ojos saltones, quiero decir. Vosotros veréis. Os recuerdo que aunque seáis los autores de vuestro soneto, no tenéis por qué ser sus protagonistas. 

 

Eso sí, esforzaos. Esmeraos. Que quien sea el objeto de vuestro deseo caiga rendido a vuestros pies tras contemplar la pureza de vuestros acendrados sentimientos (la palabra “acendrado” hay que buscarla en el diccionario, ¿eh?). Nada de “te quiero mucho, como la trucha al trucho”, a ver si estrujando la víscera palpitante, sale algo de más provecho. Algo como esto:

 

 

 

Amor constante más allá de la muerte

 

 

Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardía:

nadar sabe mi llama la agua fría,

y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

médulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.

(Francisco de Quevedo)